En un mundo donde prima la imagen... en realidad eso no es
nuevo, leía demasiados cómics como para no darme cuenta de lo mucho que cala la
imagen. Mil referencias, personajes e intenciones bailaban sin rigor
ni compasión en mi sesera. Quedaba atrás la parte racional, una tesis doctoral
(que pesado sonaba eso en mis oídos), y las ganas de que la poesía y la
irracionalidad se hiciesen con el poder. Pero no había un personaje, un
escenario singular, un mundo. Hacía falta una diosa primigenia (o héroe, qué
más da), una de esas fuerzas telúricas que surgen del subsuelo, del misterio.
Entonces una chica bajó de un coche en un paraje de hormigón vacío, vestida con
su chupa de cuero. Se ajustó unos cascos, la música sonó y ella comenzó a
bailar y a correr. Un acto de energía pura, de necesidad y rabia, de arte. Y ya
tenía un personaje. Una chica pelirroja, vestida de negro, corriendo, corriendo
como fuga, o como búsqueda, irrefrenable.
Un vídeo de la banda Ulver, de su canción Russian Doll, en
el que baila Annija Raibekaze. La muñeca rusa que contiene muchas posibilidades
de sí misma. Y ahí estaba la historia. En las muchas Codas que aparecerán en la
narración. En su evolución, en realidades paralelas, lo que fue o pudo haber
sido. Coda, la notación musical que invita a un final de partitura inesperado, una última y brillante variación. Un paraje que invita a la distopía, pero que pronto cambiará de registro...
Comentarios
Publicar un comentario